Critico



Angelo Navetta,

 

Cuando este verano conocí a Angelo Navetta, durante una velada poética, no sabía que Navetta fuese pintor, ni él sabía que yo me dedicaba a la literatura, sin embargo intuí su sensibilidad y creo que él también intuyó la mía. Desde ese momento nuestros encuentros se han intensificado y en ellos he podido conocer el mundo pictórico de Navetta, profundizar en una relación que, poco a poco, se ha se ha ido convirtiendo en beneficiosa, interesante y estimulante.Hace bastante tiempo, Navetta pintaba confiando la fuerza de su expresividad a extensos campos que tenían a menudo un círculo en el medio. Era la tendencia hacia la perfección, hacia la  luz lo que le “obligaba” a moverse en esos espacios que, sin embargo, no tenían nada de siderales y que, a pesar de la ausencia de figuras, parecían extensos y cálidos espacios abiertos. La relación con el infinito pasaba a través del corazón, a través del sentimiento que, al dilatarse, se convertía en color, color que se prolongaba en un profundo abrazo con la naturaleza.Navetta no se sustraía a ese abrazo, más bien lo cargaba de símbolos, incluso metáforas y alegorías, hasta llegar a asignar a las obras un valor espiritual casi místico, carnalmente místico, físicamente dulce y persuasivo.  Navetta, en esa época, no se dedicaba a la pintura profesionalmente. Pintaba por placer, para ejercitar la fantasía, para dar vivacidad a su imaginación. Estaba convencido de que el hombre tiene que encontrar en sí mismo las razones de su existencia y no en los compromisos del trabajo que estamos obligados a realizar para subsistir. Trabajaba en el  extranjero, su tensión y su atención tenían que estar siempre alerta en negociaciones y otras competencias y cuando finalmente encontraba el momento para relajarse, para reflexionar, era cuando los pinceles, usando una palabra fuerte, pateaban para ahondar en su propio yo, para leer el mundo en su dimensión inédita, para sondear los misteriosos pasos de la luz a través de resonancias que le venían de lejos, de la radiante infancia, de su soleada tierra de origen, abierta a los vientos, al mito. Nuestro pintor, con el paso del tiempo, ha ido lentamente aportando cambios a su panorama artístico. Los temas se han vuelto más esenciales, los campos se han encrespado y los rojos, marrones y verdes se han transformado en parte en azules, en  amarillos, en ocres. Pero el partido, ahora, ya no se juega planteándolo en  interferencias de campos y figuras geométricas creadas con el color vertido directamente del tubo. La materia ha desvelado su secreto, la crisálida se ha convertido en mariposa y cada pintura se ha convertido en un canto a la vida, una ventana al mundo. En el Retrato de la hija, por ejemplo, no tiende a fijar los rasgos somáticos con crudeza realista, la muchacha se muestra en el encanto de sus veinte años, en la dulzura de una edad rica y fresca, pero no está sola: alrededor de ella se mueve la “sombra” de un joven y se mueven los objetos-símbolo de su existencia.Sin embargo, Navetta hace patente su logro más notable en las telas en las que desahoga libremente su necesidad simbólico-esotérica. Nótese el detalle de las manos que se presentan y vuelven a presentarse en varias formas, nótese también la otra cara de un detalle que ha sido cruz de muchos pintores incluso del Renacimiento. Angelo Navetta no se detiene a poner en  evidencia la forma anatómica de las manos en su perfección, una vez más el elemento real le interesa poco. Le urge cerrar en la palma de la mano, en la forma de la mano, una serie de situaciones e indicaciones que desembocan en ofertas y amonestaciones.La mano construye, modela, destruye, acaricia, dispara pero no es nunca ejecutora ciega  de órdenes. En efecto, a veces vemos como Navetta introduce elementos como un ojo, o cualquier otro detalle, para evitar crear confusión. Se entabla así un coloquio con flores o naturalezas muertas, libros, u otros elementos, dejando a la mano la candidez de su mensaje, en la certeza de una verdad a la que hay que acercarse cuidadosamente para encontrar finalmente en ella el sentido oculto de las cosas.Si partimos de la base de que la mano expresa la idea de potencia, de dominio y de actualidad, podemos entender enseguida cuáles son los mecanismos mentales que hace aflorar un elemento pictórico tan repetitivo aunque nunca considerado (hay que subrayarlo) un cliché.En un volumen de curiosidades orientales se puede leer que en un libro taoísta, llamado Tratado de la Flor de Oro, se habla de la mano explicando su sentido alquímico y su raíz etimológica. Sería un detalle insignificante si no supiéramos que Navetta ha residido, entre otros países, largo tiempo en la India.Pero para Angelo la mano no es sólo eso sino también un emblema real (además la palabra hebrea iad significa mano y significa potencia); no me he detenido a pensar  en si pinta con preferencia la mano derecha o la izquierda. La izquierda, para los chinos, significa sabiduría y lo mismo significa, si no me equivoco, en el mundo budista. Sea como fuere, no vemos nunca la mano cerrada porque la de Buda nunca lo está.Fácilmente podríamos continuar en esta dirección durante mucho rato porque la mano ha sido representada e interpretada de mil maneras distintas, tanto en Sudamérica como en Asia o en Europa. Para Angelo, creo, se trata de una síntesis, reservada en exclusiva a los humanos, de lo masculino y de lo femenino en la que, símbolos de la Cábala, crean un cortocircuito de emociones y establecen una relación misteriosa. Sin embargo, lo reitero, no es en esta dirección en la que hay que interpretar la pintura de Navetta sino en la de la realización, en la de las soluciones estéticas.En una larga conversación que mantuvimos, el pintor afirmó, con candor pero con firmeza, que sabe pintar. Podría parecer una afirmación jocosa o bien una salida para provocarme; es, sin embargo, una afirmación de identidad que no debe dar lugar a posibles equívocos. En efecto, quien se detiene con atención a observar las obras de Angelo se da cuenta de que cada pincelada es el resultado de una lenta tarea que no se confía al azar sino que se prepara con cuidado y habilidad. Es visible de inmediato la calidad de la pincelada y es palpable el ritmo que siguen los temas pictóricos que se enlazan entre ellos, en un cerrado cuerpo a cuerpo, para permanecer siendo ellos mismos y, al mismo tiempo, llegar a formar parte de un todo perfectamente amalgamado. Todo ello es posible porque Angelo Navetta, a diferencia de los que improvisan o de los aficionados, pinta por necesidad. Su riqueza interior es grande, sus ideales altos, el placer de la comunicación sentido y soportado. Encontrarse con su pintura significa descubrir o retornar a un lugar habitable, aireado, palpable. Huye de ambientes asfixiantes, de lúgubres presagios, de balbuceos efímeros, de préstamos de la memoria que muchas veces acumula historias y acrecienta certidumbres e incertidumbres. Navetta canta a gritos su ideal de belleza y lo hace con el corazón puro, con el estupor de quien descubre, cada vez, que detrás de las apariencias, detrás de las formas, hay tesoros de todo tipo. En resumen, pinta convencido de que el crecimiento de los seres humanos depende todavía y para siempre de los artistas.

Dante Maffia



  
A come volo